Hunger has gripped the nation for years. Now, it’s killing children.El hambre ha azotado a la nación y, ahora, está matando a niños.
Familiares cargan el ataúd de Kleiver duarnte el cortejo fúnebre.
The Venezuelan government knows, but won’t admit it.El gobierno venezolano lo sabe, pero no lo reconoce.
A la derecha, María Carolina Merchán, la madre de Kenyerber y quien pesa apenas 29 kilogramos; su hija Marianyerlis, en el piso, la sigue a todas partes pidiéndole comida.
Los deudos de Kleiver comen un caldo en la madrugada durante el velorio.
Carlos Aquino llora a Kenyerber, su hijo de 17 meses, quien falleció en agosto por problemas cardiacos causados por desnutrición severa.
Kelly Hernández llora junto con sus familiares durante el velorio para su hijo Kleiver, de tres meses, en agosto.
A los 18 días de nacido Esteban Granadillo fue llevado al Hospital Universitario de Pediatría Agustín Zubillaga, en Barquisimeto, por desnutrición.
For five months, The New York Times tracked 21 public hospitals in Venezuela. Doctors are seeing record numbers of children with severe malnutrition. Hundreds have died.
SAN CASIMIRO, Venezuela — Kenyerber Aquino Merchán was 17 months old when he starved to death.
His father left before dawn to bring him home from the hospital morgue. He carried Kenyerber’s skeletal frame into the kitchen and handed it to a mortuary worker who makes house calls for Venezuelan families with no money for funerals.
Kenyerber’s spine and rib cage protruded as the embalming chemicals were injected. Aunts shooed away curious young cousins, mourners arrived with wildflowers from the hills, and relatives cut out a pair of cardboard wings from one of the empty white ration boxes that families increasingly depend on amid the food shortages and soaring food prices throttling the nation. They gently placed the tiny wings on top of Kenyerber’s coffin to help his soul reach heaven — a tradition when a baby dies in Venezuela.
When Kenyerber’s body was finally ready for viewing, his father, Carlos Aquino, a 37-year-old construction worker, began to weep uncontrollably. “How can this be?” he cried, hugging the coffin and speaking softly, as if to comfort his son in death. “Your papá will never see you again.”
Hunger has stalked Venezuela for years. Now, it is killing the nation’s children at an alarming rate, doctors in the country’s public hospitals say.
Venezuela has been shuddering since its economy began to collapse in 2014. Riots and protests over the lack of affordable food, excruciating long lines for basic provisions, soldiers posted outside bakeries and angry crowds ransacking grocery stores have rattled cities, providing a telling, public display of the depths of the crisis.
But deaths from malnutrition have remained a closely guarded secret by the Venezuelan government. In a five-month investigation by The New York Times, doctors at 21 public hospitals in 17 states across the country said that their emergency rooms were being overwhelmed by children with severe malnutrition — a condition they had rarely encountered before the economic crisis began.
“Children are arriving with very precarious conditions of malnutrition,” said Dr. Huníades Urbina Medina, the president of the Venezuelan Society of Childcare and Pediatrics. He added that doctors were even seeing the kind of extreme malnutrition often found in refugee camps — cases that were highly unusual in oil-rich Venezuela before its economy fell to pieces.
For many low-income families, the crisis has completely redrawn the social landscape. Parents like Kenyerber’s mother go days without eating, shriveling to the weight of children themselves. Women line up at sterilization clinics to avoid having children they can’t feed. Young boys leave home and join street gangs to scavenge for scraps, their bodies bearing the scars of knife fights with competitors. Crowds of adults storm Dumpsters after restaurants close. Babies die because it is hard to find or afford infant formula, even in emergency rooms.
“Sometimes they die in your arms just from dehydration,” Dr. Milagros Hernández said in the emergency room of a children’s hospital in the northern city of Barquisimeto, noting that the hospital had started seeing an increase in malnourished patients at the end of 2016.
“But in 2017 the increase in malnourished patients has been terrible,” she added. “Children arrive with the same weight and height of a newborn.”
Durante cinco meses, The New York Times monitoreó veintiún hospitales públicos donde los doctores dijeron ver cifras récord de niños con desnutrición severa, cientos de los cuales han muerto.
SAN CASIMIRO, Venezuela — Apenas a sus 17 meses, Kenyerber Aquino Merchán murió de hambre.
Su padre salió de la morgue del hospital antes de la madrugada para llevarlo de regreso a casa. Cargó al bebé esquelético a la cocina y se lo entregó a un trabajador funerario que hace visitas a domicilio para las familias venezolanas que no tienen dinero para realizar un funeral.
Se podían ver claramente la espina dorsal y las costillas de Kenyerber mientras le inyectaban los químicos de embalsamar. Las tías intentaban mantener alejados a los primitos curiosos. Sus familiares llegaron con flores y reutilizaron cajas de alimentos que reparte el gobierno a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), de las que dependen cada vez más los venezolanos ante la escasez de comida y los precios altísimos, para recortar dos pequeñas alas de cartón. Las pusieron cuidadosamente encima del ataúd de Kenyerber, una práctica común entre los venezolanos, para que su alma pueda alcanzar el cielo.
En cuanto el cuerpo de Kenyerber quedó listo para que lo vieran comenzó el llanto incontrolable de su padre, Carlos Aquino, un trabajador de construcción de 32 años. “¿Cómo puede ser esto?”, decía entre sollozos mientras abrazaba el ataúd y hablaba con voz suave, como si pudiera reconfortar a su hijo en la muerte. “Tu papá ya nunca te va a ver”.
El hambre ha acechado a Venezuela durante años. Pero ahora, según médicos en los hospitales públicos, está cobrando una cantidad alarmante de vidas de menores de edad.
La economía comenzó a colapsar en 2014. Las protestas y disturbios por la falta de alimentos, las filas insoportablemente largas para conseguir suministros básicos, los soldados apostados afuera de las panaderías y las multitudes enfurecidas que saquean las tiendas han cimbrado varias ciudades.
Sin embargo, las cifras de muertes por desnutrición continúan siendo un secreto bien guardado por el gobierno venezolano. Durante una investigación de cinco meses de The New York Times, los doctores en veintiún hospitales públicos de diecisiete estados del país dijeron que sus salas de emergencia están atiborradas de menores con desnutrición severa.
“Los niños están llegando con unas condiciones muy precarias de desnutrición”, dijo el doctor Huníades Urbina Medina, presidente de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría. Añadió que los médicos incluso están viendo cuadros de desnutrición tan extrema como la que llega a presentarse en campos de refugiados; casos que, dijo, eran extremadamente raros antes del colapso económico del país.
Para muchas familias de escasos recursos, la crisis ha sacudido por completo su panorama. Padres como los de Kenyerber pasan días sin comer y, a veces, terminan pesando lo mismo que un niño. Hay mujeres que hacen fila afuera de clínicas de esterilización para evitar embarazarse de bebés a los que no van a poder alimentar. Niños pequeños dejan sus hogares y se unen a pandillas que escarban por doquier en busca de alimentos: sus cuerpos tienen cicatrices por las peleas a cuchillo contra sus rivales. Adultos en multitudes revuelven la basura de los restaurantes después de que estos cierran. Muchos bebés mueren porque es difícil encontrar –o poder costear– la fórmula para el tetero, incluso en salas de emergencia.
“Hay veces que se te muere en las manos por deshidratación”, dijo la doctora Milagros Hernández en la sala de emergencias de un hospital infantil en la ciudad de Barquisimeto. El hospital, señaló Hernández, vio un aumento pronunciado de personas con desnutrición hacia el final de 2016.
“Pero 2017 ha sido un incremento terrible de pacientes desnutridos”, dijo. “De niños que te llegan lactantes y tienen el peso y talla de un recién nacido”.